El hombre siempre
ha tratado por todos los medios de exteriorizar lo que mora en su interior, en
lo más recóndito de su ser. Temores, dudas, anhelos, creencias y fantasías.
Desde las cuevas de Altamira hasta nuestros días, se ha manifestado el
intento de expresar y así intentar sosegar, la angustia que produce la
incertidumbre ante lo misterioso y efímero de nuestra existencialidad al cobrar
conciencia de ella. Con la intención de modificar su entorno y condiciones de
vida, el hombre toma el mundo para sí. Y es a través de esa experiencia que
personaliza, que el Artista al manifestarse, universaliza su sentir.
El
Arte es la más pura y auténtica manifestación del ser humano movida por la
necesidad de exteriorizar sus más hondos e íntimos sentimientos y pensamientos.
Es el producto de su lucha por su supervivencia espiritual en un intento de
comprensión de su estadío y paso por la vida. Esta es la más contundente e
irrefutable característica de el Ser Humano como tal. Misma que nos
conecta con el Universo y nos permite estar - si no en comunión - sí presentes
en él. Posibilitándonos para trascendender la temporalidad efímera en la que nos
hallamos inmersos. Sin esta posibilidad, la existencia del hombre sería
huera, vana, futil e intrascendental.
Realizada la experiencia,
reflexiona sobre ella y entretanto la personaliza, reflexiona sobre la reflexión
misma. Y así, evolucionado en su pensar, nace la Filosofía. El Amor a la
Sabiduría. Madre de todas las Ciencias. Y con ella, la Poesía , que contiene
aquella substancia etérea manifiesta en todas las Artes y que redime al hombre
como tal.
Por lo tanto, lo que nació en Altamira, fue el nacimiento de la
conciencia cósmica del hombre imbuído en el espacio y en su temporalidad. E
inherente a esa conciencia nació con ella, la necesidad, el impulso inacallable
de exteriorizarlo; el impulso inacallable, de crear.